El primer Toyota Celica se presentó como un cupé 2+2 que saltó
a escena en diciembre de 1970. Considerado un “vehículo especializado”, el
Celica se diseñó para ofrecer a los conductores una mayor sensación de
libertad, combinando un práctico interior (con sitio para personas de más de
1,80 m) con una propuesta deportiva y, lo que era más importante, asequible.
Como dicen en Toyota, el significado de Celica es “celestial”
ya que desde el momento en que arrancó, el Celica estuvo destinado a
convertirse en una estrella.
Creado a partir de la plataforma del Carina, el contundente
diseño y el nombre del Celica le permitían destacar ocultando astutamente las
modestas raíces del modelo de base.
Otra de las bazas que reforzaban su atractivo en los
concesionarios era la extensa lista de opciones personalizables, conocida como
“sistema completo de opciones”: una selección de motores que constaba de
unidades de 1.4 litros y 1.6 litros, dos transmisiones manuales y una única
transmisión automática de tres velocidades en los cuatro acabados del modelo,
ET, LT, ST y GT, de manera que los clientes encontraron la mayor opción de
personalización disponible en el mercado.
Aunque el confort y la facilidad de conducción eran
prioritarios, el Celica aún tenía que dar la talla en las curvas para
conquistar a los más entusiastas. Afortunadamente, la configuración de su
suspensión delantera independiente y trasera de cuatro brazos, con
amortiguadores separados, no decepcionó en los giros más cerrados y sinuosos.
Esta combinación de potentes motores y manejo fino fue una
fórmula de éxito en el mundo de la competición; varias victorias en carreras
disputadas en Japón y Europa llevaron a Ove Andersson a establecer el Toyota
Team Europe (TTE) en Colonia, y a utilizarlo como centro de las actividades
automovilísticas de Toyota en el futuro.
En abril de 1973, se añadió a la gama un cupé de tres
puertas con estilo ”fastback”. El Celica Liftback, tal como se le conoció, fue
desarrollado para satisfacer la demanda del creciente número de personas que lo
querían para actividades al aire libre.
El gran portón trasero y los respaldos de los asientos
traseros abatibles ofrecían a sus propietarios un amplio maletero donde cabía
de todo, desde tablas de surf hasta hornillos de camping. Permite una serie de
preparaciones que le asemejaban al Mustang americano.
En agosto de 1977, tras seis años y ocho meses y con un
millón de unidades vendidas, llegó la segunda generación del Celica en medio de
una gran expectación.
Con el mismo formato basado en el Carina, y carrocería cupé
de dos puertas y el “liftback” de tres puertas, la nueva generación llegó
pensando en la creciente base de aficionados estadounidenses. Creció de tamaño,
con una carrocería más larga y ancha que presentaba una baja línea de cintura y
una gran superficie acristalada.
El nuevo vehículo, con un equipamiento que seguía siendo
excepcional para la época y espacio para alojar cómodamente a cinco ocupantes,
era más esbelto, sin perder nada en funcionalidad, ni dinamismo.
En 1978, con la entrada en vigor de controles de emisiones
cada vez más estrictos, Toyota se vio obligada a modificar sus motores, lo cual
fue particularmente complicado en el caso de las unidades de alto rendimiento
del Celica.
Afortunadamente, con algunos pequeños cambios, el Celica
pudo seguir montando su ahora celebrado motor con doble árbol de levas en
cabeza (DOHC, Double Overhead Camshaft).
Para los más observadores, una ligera actualización en
agosto de 1979 modificó la imagen de la segunda dirección del Celica —los
cuatro faros delanteros redondos existentes fueron sustituidos por cuatro faros
rectangulares integrados a ambos lados de una nueva parrilla horizontal—, un
pequeño cambio que marcó una importante diferencia estética.
En apenas cuatro años, ya teníamos un nuevo Celica. El nuevo
e inconfundible Celica, tenía forma de cuña y presentó nuevas soluciones
aerodinámicas que entusiasmó a los amantes del motor.
Además de los afilados contornos y las superficies planas,
la característica más notable eran los faros delanteros elevables y
semiretraíbles.
En un guiño a la mejora aerodinámica, cuando no se usaban
los faros se integraban al nivel de la carrocería, lo que reducía el
coeficiente aerodinámico y creaba un frontal más uniforme.
Dentro, los conductores se encontraban con un diseño
interior futurista que contaba con un cuadro de mandos totalmente digital y, en
ciertos modelos, el primer sistema de navegación a bordo del mundo.
Un año después, en 1982, el primer motor DOHC con
turbocompresor de Japón se unió a la oferta del Celica, con variantes de 1.6
litros, 1.8 litros y 2 litros.
En octubre del mismo año, se ofrecieron 200 modelos
especiales homologados para el Grupo B (una certificación con la que se podía
competir en serie de automovilismo), conocidos como GT-TS y fabricados en torno
al nuevo motor.
Tras conseguir un impacto instantáneo con la tercera
generación del Celica, que ganó su primera carrera y ayudó a Toyota a conseguir
la quinta plaza en el Campeonato Mundial de Rallys de 1982, los nuevos coches
de rally del Grupo B con turbocompresor pasaron a ser más competitivos.
A pesar de que su tracción a dos ruedas le dejaba en
desventaja frente a sus rivales con tracción a las cuatro, acabaría siendo
coronado “Rey de África” tras ganar tres cuartas partes de las citas
continentales del Campeonato Mundial de Rallys, incluido el Rally Safari de
1984 por primera vez.
En 1985, la cuarta generación representaba un cambio
sustancial para el Celica, que adoptaba una nueva tracción a las ruedas
delanteras (en lugar de la tracción trasera anterior) y, por primera vez, se
ofrecía únicamente como cupé “liftback”, un diseño más fluida, con un muy buen
coeficiente aerodinámico, de 0,31.
La nueva configuración de motor delantero y tracción
delantera trajo consigo una suspensión totalmente rediseñada, que incorporaba
el sistema MacPherson delante y detrás.
Cabe destacar la edición de octubre de 1986 del modelo
GT-Four, que estaba equipado con tracción permanente a las cuatro ruedas y un
potente motor DOHC de 185 caballos, e incorporaba un turbocompresor y un
intercambiador de calor refrigerado por agua —el motor de 2 litros más potente
de Japón—; la base perfecta para un nuevo ataque del TTE al título del WRC.
El equipo no tuvo que esperar mucho. Tras debutar con el
nuevo vehículo en todas las carreras del Campeonato Mundial de Rallys de 1988,
Carlos Sainz se alzó con el título en 1990 (el primero para un fabricante japonés)
e hizo posible un loable segundo puesto en el campeonato de constructores.
Mientras la cuarta generación del Celica seguía arrasando en
el mundo de los rallys, en 1989 se lanzó la quinta generación del modelo, más
redondeada. Tenía una carrocería ligeramente más larga y alta.
La potencia emanaba de tres motores de 2 litros
considerablemente reforzados y con una gran respuesta, el más potente de los
cuales se montaba en el modelo GT-Four y desarrollaba 225 caballos, 40 más que
antes.
Este nuevo modelo con tracción a las cuatro ruedas tenía una
imagen aún más agresiva, con una amplia presencia, 55 mm más ancha que el
Celica estándar, para dar cabida a unas llantas de aleación de 15 pulgadas y
unos neumáticos más grandes, para un mayor agarre.
En 1992, se creó un nuevo modelo “especial” homologado para
el WRC, llamado GT-Four RC (Rally Competition). Producido en una serie limitada
de 5000 vehículos, consiguió hacerse con el título de pilotos y constructores
del WRC en 1993 y 1994, con Juha Kankkunen y Didier Auriol, respectivamente;
todo un logro.
Justo cuando todos creían saber qué esperar del próximo
Celica, llegó la sexta generación. Equipado con un frontal radicalmente nuevo
con cuatro faros (no elevables), montado sobre una plataforma de nuevo diseño,
mejoraba de forma inmediata la rigidez y reducía su peso, para reforzar sus
credenciales deportivas.
A pesar de que la
carrocería había sido diseñada con una mayor resistencia y amplitud, el peso se
redujo alrededor de 90 kg. La mayor potencia del modelo, de 180 caballos, se
combinaba además con una nueva suspensión “super-strut”, que se ganó múltiples
elogios por la precisión de su dirección, manejo y agarre.
En 1994 se comercializó
en Japón un nuevo GT-Four homologado para el WRC, para apoyar el reto que
suponía el campeonato de ese año.
Impulsado por un motor de
255 caballos con un nuevo reglaje de válvulas y revisiones del turbocompresor y
el intercambiador de calor, este cohete del asfalto alcanzaba los 100 km/h en
poco más de seis segundos, y aceleraba hasta una velocidad punta cercana a los
250 km/h, ¡allí donde estuviera permitido!
Igual que en las
generaciones anteriores, se desarrolló un modelo convertible, pero en esta
ocasión contaba con una capota con mecanismo eléctrico, en lugar de hidráulico,
lo que aumentaba el volumen del maletero y el espacio trasero del habitáculo
hasta un nivel similar al del cupé.
Poco podían imaginar
quienes presenciaron la presentación de la séptima generación del modelo que se
trataría de la última interpretación de un vehículo que tanto significaba para
tanta gente.
Expuesto inicialmente
como el prototipo XYR en el Salón del Automóvil de Detroit en enero de 1999, el
aspecto del vehículo de producción se mantuvo considerablemente fiel a la
revolucionaria propuesta cuando salió a la venta en septiembre de ese año.
En un guiño al perfil en
forma de cuña de la tercera generación del modelo, presentaba una imagen más esbelta
y angulada, con una larga distancia entre ejes y las ruedas cerca de los
extremos, y se ofrecía únicamente como “liftback”, puesto que ya desde el
principio se había tomado la decisión de no desarrollar versión convertible ni
con tracción a las cuatro ruedas.
Y así, después de 35
años, siete generaciones, numerosas victorias automovilísticas y más de cuatro
millones de unidades vendidas, se giró la última página de la historia del
Celica.
A raíz de la tendencia a
alejarse de los vehículos deportivos que empezó a surgir en 2004, el Celica se
dejó de producir en abril de 2006.
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